Recientemente se ha demostrado que el comportamiento humano tiene mayores repercusiones sobre la población de las aves que habitan nuestras ciudades e, inclusive parques naturales o zonas periurbanas, que la distribución del hábitat o la alteración del mismo. En Ecología Útil te informamos en relación a este importante fenómeno.
¿Cómo afecta el comportamiento humano los hábitats de las aves?
El estudio ha demostrado que este fenómeno no solo tiene lugar en las zonas urbanas y periurbanas (zonas residenciales que se van creando a costa de zonas rurales muy cercanas o circundantes a núcleos urbanos), sino también en hábitats más propios, como incluso el enorme ecosistema del Parque de Yellowstone.
Se ha demostrado así que las repercusiones de las alteraciones de los hábitats propios de estas especies de aves son menores que las que se producen por consecuencia del propio comportamiento humano y de todo lo que rodea sus actividades.
Y es que son muchos los factores que influyen en el deterioro de las formas habituales de vida de estas especies, entre los que no son despreciables los asociados a la depredación por las mascotas domésticas.
Pero no son solamente estos animales que acompañan a los asentamientos humanos los responsables de la fragmentación o deterioro de los hábitats de estas aves. También el desequilibrado desarrollo de dichas especies puede alterar la composición de la población de las aves que habitan los ecosistemas circundantes a estas zonas periurbanas.
No olvidemos el concepto de periurbano: a su alrededor es posible que aún persistan focos naturales más o menos salvajes, cuyas poblaciones animales pueden verse irremisiblemente alteradas por la presencia de otras especies animales cuya adaptación y costumbre pudieran interferir con el normal desarrollo de las salvajes.
Los efectos de las zonas periurbanas
Al efecto de determinar las consecuencias de dichas zonas periurbanas, hay varios estudios que han tratado de determinar el impacto que las mismas provocan en zonas tan dispares como Essex, en Nueva York, o Madison, en el estado de Montana, cerca de uno de los mayores ecosistemas del mundo, el Parque de Yellowstone.
Se pensaba que las diferentes condiciones de las zonas periurbanas, así como la diferente constitución de los ecosistemas circundantes, redundaría en cierta protección de las especies que habitan el segundo, en contraposición, a una mayor vulnerabilidad de las que habitan el primero.
Sin embargo, tras recopilar información acerca de 94 especies de aves que fueron divididas en cinco grupos, se pudo comprobar que, con la excepción del grupo de los “especialistas”, residentes en microhábitats, el efecto sobre los demás tipos de aves cantoras fue similarmente perjudicial y dañino en ambos ecosistemas, aunque el impacto fue mayor, lógicamente, en las especies con bajo índice de nidación.
Aunque no se pudo demostrar que un sistema pudiera ser más vulnerable que otro, la similitud de respuesta en ambos sugería fuertemente que hay otros factores diferentes al cambio del hábitat que pueden estar implicados, y los hallazgos han llevado a postular que es la perturbación humana, ocasionada por elementos como ruidos, iluminación nocturna, presencia de especies domésticas, etcétera, los que determinan un impacto fuertemente negativo en las especies de aves circundantes. En definitiva: el comportamiento humano.
Esto es algo de lo que deberíamos ser conscientes todos, pues el planeta no es solo nuestro, y gracias a las demás especies que lo habitan, es posible el desarrollo de la vida.
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