Hasta ahora consumir chicle no era muy buena idea: el azúcar con que lo endulzan es dañino para nuestros dientes, contiene saborizantes artificiales, colorantes sintéticos, y suele terminar pegado en el piso y por todas partes, sin ser biodegradable. Pero he aquí que gracias a la selva y a comunidades mexicanas organizadas en cooperativas, las cosas comienzan a cambiar…
El chicle en la historia
La costumbre del chicle nos llegó de los antiguos mayas. A partir de los años ’20 hubo una explosión de su consumo en Occidente, y la economía basada en la extracción del látex natural del árbol llamado manilkara zapota o chicozapote floreció en la península mexicana de Yucatán.
Pero esta actividad terminó reducida al mínimo por la caída de los precios que se pagaban a los pobladores que subían los árboles extrayendo la materia prima en la selva del Gran Petén (la jungla tropical más grande de América después de la amazónica), la sobrexplotación que trajo la desaparición de miles de árboles pero, sobre todo, la aparición en la década del cincuenta del chicle más barato, elaborado con polímeros derivados del petróleo.
Entonces, durante los años ’90 surgió en el estado mexicano de Quintana Roo una iniciativa para aprovechar el creciente interés mundial en productos orgánicos y revitalizar así la actividad. Organizados en cooperativas, más de 2 mil “chicleros” habitantes de estas tierras, que desde el pasado se dedicaban a explotar el árbol del chicle, formaron una empresa social llamada Chicza, que hoy es considerada como modelo de producción socialmente justa y sustentable.
Luego de un estudio del mercado, estas cooperativas lograron obtener la importante certificación internacional del Forest Steward Ship Council de un millón de hectáreas del árbol del chicozapote, e incluso una certificación Kosher.
En 2007 por fin pudieron presentar por vez primera el chicle Chicza en Fiofach, la feria más grande de productos orgánicos del mundo, donde se le distinguió como una de las veinte mejores novedades de ese año.
Lo que distingue al chicle orgánico
Este es el primer chicle certificadamente orgánico jamás fabricado, sin aditivos químicos, biodegradable y, por tanto, totalmente ecológico. Es además endulzado con jarabe de agave, saludable por tener un bajo índice glicémico.
Hasta el momento este chicle orgánico viene en 4 sabores diferentes: menta, hierbabuena, canela y limón, y sus fabricantes dicen que por provenir de goma natural tiene una textura incomparable para masticar, ni muy blanda ni muy dura.
Otra gran ventaja es que es totalmente biodegradable, desintegrándose naturalmente semanas después de haber sido consumido.
Así que ya lo sabes, esta goma de mascar que se vende ya en más de 17 países, incluyendo España y los Estados Unidos, es una buena alternativa para no dañar tu salud al consumir chicles. Adicionalmente, al apoyar con tus compras la economía sustentable en uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta, colaboras con la supervivencia del segundo mayor bosque tropical americano y con la prosperidad de las comunidades descendientes de los antiguos mayas de Yucatán.